El microbiólogo francés propuso una fórmula basada en la cloroquina cuya eficacia real fue y es aún puesta en tela de juicio por varios sectores de la investigación científica.
Hay algo rabiosamente trágico y conmovedor en ese cuerpo médico a quien el virus y su masividad ha convertido en una suerte de comando contra la muerte. ”La de los pacientes y la nuestra”, dice un neumonólogo. A ellos también les faltan máscaras y dispositivos de protección y están tan expuestos como los enfermos. El aluvión de urgencias no le deja tiempo para más palabras. Afuera, los familiares esperan en los senderos del hospital con una misma, repetida, obsesiva demanda: ¿ por qué el Estado pone trabas a la utilización generalizada del tratamiento del doctor Didier Raoult ?.
Desde Marsella, en la costa Mediterránea, donde dirige el Instituto hospitalo-universitario Mediterráneo de Infección de Marsella (IHU), el microbiólogo francés, hoy convertido en una figura planetaria, propuso una fórmula basada en la cloroquina cuya eficacia real fue y es aún puesta en tela de juicio por varios sectores de la investigación científica. El doctor Raoult se ganó, sin embargo, la adhesión de la gente. Es el doctor pueblo, el Maradona de la ciencia contra el sistema. Didier Raoult ha pasado a encarnar, involuntariamente, un circuito de antagonismos muy marcados: la provincia contra la capital, el pueblo contra las elites, la oposición contra el gobierno, el llanero solitario contra la industria farmacéutica.
Su irrupción en el escenario médico-político a través de un video llamado “Final del Juego” en el que detallaba el recurso a la cloroquina como forma más apta contra el virus hizo de él une suerte de héroe menospreciado por las elites políticas y científicas de París. Los ensayos clínicos todavía no son contundentes, pero la comunicación del doctor y las reservas emitidas por la comunidad científica, asociada en el imaginario popular al poder y la industria, funcionaron como un plebiscito instantáneo.
Hay grupos de médicos que lo respaldan, biólogos que lo adoran, otros que lo desechan, los especialistas y adeptos a las medicinas alternativas lo veneran y el pueblo lo eligió como el salvador. ”El miedo colectivo empuja a la gente a creer en soluciones rápidas. El doctor Raoult salió al espacio público con mucha certeza, armó un debate muy fuerte y en este país que tiene una desconfianza viral hacia el poder encontró un espacio muy amplio. No podemos pronunciarnos, estamos en periodo de prueba. Pero sí que su irrupción nos complicó el trabajo. Los enfermos sienten que les ocultamos algo”, reconoce con pena un miembro del equipo de reanimación del hospital de la Pitié-Salpêtrière.
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Fuente: Página 12