Claves para entender la pandemia

La primera vez en que tomé conciencia de que una gripe podría ser algo más grave que una molestia pasajera fue al leer la novela La Tregua de Mario Benedetti. El protagonista, Martín Santomé, es un viudo cincuentón a punto de jubilarse que se enamora de su compañera de oficina Laura Avellaneda, 25 años más joven que él. La vida gris del oficinista montevideano se ilumina con este romance. En las oficinas, como en la escuela de aquellas épocas, se llamaba a los compañeros por su apellido y no por su nombre de pila. Así Martín la llama Avellaneda, ama y se acuesta con Avellaneda y es Avellaneda quien ha hecho renacer en él el deseo y las ganas de vivir que parecían extinguidos. Pero los novelistas son crueles y no quieren que los lectores disfrutemos de finales felices. El haber caminado del brazo por las calles de la ciudad bajo una lluvia fría hace que Avellaneda caiga con gripe. Durante unos días él sabe poco y nada de ella hasta que suena el teléfono y la voz desconocida de un pariente le dice “lo lamento mucho, Laura falleció”.

¿Cómo?, me dije al leerlo en mi adolescente inmortalidad, ¿se muere de gripe, así como así? Además, en su inmenso dolor, Santomé se enfurece con el emisario y lo insulta no sólo por la mala noticia sino por haber usado el verbo fallecer, al que considera un eufemismo burocrático para no decir morir. Porque para él, morir es la palabra que mejor describe el fin, el corte abrupto del hilo de vida. Entonces no es que Laura haya fallecido sino que Avellaneda se murió, porque el lenguaje no es neutro y trae consigo una carga que cambia según las palabras que se eligen para transmitir un hecho. Desde entonces, también yo, en solidaridad con Santomé y con Benedetti, dejé de usar fallecer.

No hace falta explicar por qué este recuerdo se resignifica en la actualidad en que cada tarde esperamos, con deseo casi morboso, que la tele nos pase el cómputo diario de contagios y muertes. Y es ese recuerdo el que me impulsa a reflexionar sobre lo que estamos viviendo, tanto desde mis conocimientos biológicos  como desde la sensibilidad por la vida y la muerte.

 

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Fuente: Página 12

 

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