El viernes, durante la última renovación de la cuarentena hasta el 11 de octubre, el mensaje del Gobierno fue claro: aunque el AMBA continúa complicado –con “una meseta alta”– toda la preocupación se concentra en el interior del país. Lejos quedó esa postal en que la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano reunían el 95% de los contagios totales y ocupaban el epicentro de la pandemia en Argentina, mientras que el resto del territorio –casi indemne– parecía haber superado el conflicto. En los últimos reportes que brinda el Ministerio de Salud en cada jornada, por el contrario, se advierte que el asunto está dividido: aproximadamente un 60% de los 12 mil infectados diarios habitan en el Área Metropolitana de Buenos Aires, y la parte restante lo hace en las provincias. De hecho, hay algunas como Santa Fe, Mendoza, Río Negro, Santa Cruz, Tierra del Fuego y Jujuy que exhiben cifras y una velocidad de propagación preocupantes. ¿Por qué el foco del conflicto sanitario se desplazó de Buenos Aires a las provincias? ¿Cuáles son las claves para comprender el fenómeno?
“La situación en el AMBA está más o menos estable, pero crece significativamente en el interior. La única provincia en la que ya no suben tanto los casos es Entre Ríos, porque hizo un retorno a la Fase 3 por dos semanas que le dio buenos resultados. En el resto, los contagios crecen a una velocidad increíble, de hecho, Mendoza y Jujuy superan a CABA en la cantidad de casos cada 100 mil habitantes”, explica Rodrigo Quiroga, bioinformático, docente en la Universidad Nacional de Córdoba e Investigador del Conicet. Siguiendo con este razonamiento, completa: “La gran mayoría de las provincias se niegan a retornar de fase y es muy preocupante porque significa que habrá muchos más distritos con escenarios desastrosos. Además de Jujuy, el sistema de salud está al límite en Mendoza, Salta, Tucumán, Santiago y La Rioja”.
Jorge Aliaga, físico y secretario de Planeamiento de la Universidad Nacional de Hurlingham, describe al respecto: “Una explicación de lo que está pasando en el AMBA podría ser que hay una combinación de gente que estuvo exceptuada (por actividades esenciales), no se cuidó y ya se contagió; sumado a un montón de adultos mayores que están cuidándose. Como resultado, aquellos que estaban expuestos comienzan a contagiarse menos y, por otro lado, las personas que se verían más afectadas por el patógeno, como se mantienen a resguardo, no están produciendo tantas muertes”. Sin embargo, todavía resta un largo trecho, desde su enfoque, para extraer una conclusión positiva. “El problema principal es que existe una situación completamente inestable, todavía resta un montón de gente por contagiarse. Por más adentro que uno esté, de forma paulatina se puede llegar a infectar porque el contacto con los que circulan por la calle es inevitable”, asume Aliaga. Siempre hay un familiar designado para hacer las compras del supermercado, llevar los medicamentos, realizar los cuidados y hacer compañía. Cualquier contacto con el exterior, desafortunadamente, puede traducirse en un peligro potencial para los adultos mayores y los grupos de riesgo que toman recaudos.